Camino por las calles que recorrimos, y en cada esquina siento la nostalgia de tu risa, esa que llenaba el aire con una ligereza que hacía parecer el mundo más sencillo. En cada rincón veo la sombra de lo que fuimos, de aquellos viajes donde nos descubríamos con cada palabra, cada paso y cada mirada. Las fotografías guardan esos momentos como tesoros, pero también me recuerdan cuánto me pesa tu ausencia.

Ahí estás, sonriendo o pensativa, en cada imagen, en cada recuerdo que me ata a los días en los que aún éramos nosotros.
A veces me parece que el tiempo se detuvo en esos instantes congelados, donde el sol bañaba tu rostro y tu mirada brillaba de una forma que hacía latir mi corazón más rápido.
Recuerdo cómo me sentía en paz solo al ver tu cabello moviéndose con el viento, cada línea de tu cuerpo como un mapa en el que me perdía una y otra vez, felizmente perdido, sin querer encontrarme.
Pienso en nuestras discusiones, en esos momentos donde las palabras salían torpes y pesadas. Y aunque me duelen, no cambiaría ni uno solo de esos días, porque en cada diferencia también estaba el amor, un amor que en mi terquedad no supe cuidar.
Me arrepiento de no haber sido lo suficientemente sabio para entender que esos pequeños momentos eran espejos de nosotros mismos, reflejos de lo que nos unía y también de lo que nos desgarraba, sin que yo entendiera cómo detener la marea.
Hoy no me queda más que caminar solo, con los recuerdos pesando en cada paso, pero con una esperanza que me impulsa: la de que aún pueda enmendar lo que perdí.
No sé si nuestros caminos se cruzarán de nuevo, pero en cada sonrisa que dejo escapar al recordarte, en cada fotografía que miro y que me devuelve a esos instantes de paz, me aferro a la idea de que quizá, en algún rincón del tiempo, aún haya un lugar para nosotros.
Porque he aprendido que el amor no se trata solo de momentos perfectos o de risas; también son las lágrimas, los desacuerdos y el silencio que, aun cuando duele, se extraña. Me doy cuenta de que nunca será fácil olvidar lo que fuimos, ni quiero hacerlo.
Solo deseo una oportunidad para demostrarte que este arrepentimiento ha florecido en una esperanza, en un deseo profundo de recuperar lo perdido. Y aunque no sé si habrá un futuro juntos, quiero creer que la vida nos dará al menos una última sonrisa compartida, un último reencuentro donde podamos mirarnos como solíamos hacerlo y decirnos, sin palabras, que todo valió la pena.
Fue el 30 de octubre de 2024 que a mi mente llegaron los viajes, las fotografías que capturaron instantes efímeros, las risas que brotaban como ecos en el tiempo, y también las discusiones que nos arrastraron al borde del abismo. Cada rincón guarda la huella de su mirada, el reflejo de su cabello que danzaba con la brisa, y las líneas de su cuerpo que el tiempo y la memoria no han querido borrar.