Te extraño de una manera que las palabras no pueden abarcar. Es un sentimiento que se cuela en cada rincón de mi alma, que me visita en los silencios de la madrugada y en los susurros del viento. Extraño tus caricias, esas que parecían hechas a medida para mi piel, como si tus dedos supieran exactamente dónde tocar para calmar todas mis tempestades. Aún las siento en mi memoria, suaves y firmes, como si el tiempo no hubiera pasado.

Extraño tus besos, esos que eran más que un simple roce de labios, eran promesas calladas, secretos compartidos en la intimidad de nuestros momentos. Tus besos tenían la capacidad de detener el tiempo, de hacerme sentir que nada más importaba, que todo estaba bien siempre que estuvieras cerca. Ahora, la ausencia de esos besos es un vacío que nada parece poder llenar.
Y extraño, más que nada, tus miradas. Eran como ventanas a tu alma, una conexión tan profunda que a veces bastaba con cruzar nuestras miradas para entendernos sin decir una sola palabra. A través de tus ojos descubrí un mundo que ya no puedo encontrar, uno donde éramos solo nosotros, donde todo tenía sentido.
La vida sigue, sí… pero hay momentos en los que la nostalgia me arrastra, recordando lo que fuimos, lo que construimos y lo que, con el tiempo, se desvaneció. Te extraño de una forma que duele, pero es un dolor que, en el fondo, atesoro… porque es la única prueba de que, alguna vez, te tuve.
30 de septiembre 2024: el día en que el alma habló con voz de ceniza.
Ese día, la ausencia se volvió carne y el recuerdo, un espectro que aún respira. Extrañar fue como sangrar en silencio: cada caricia perdida, cada beso ausente, cada mirada rota… un eco oscuro de lo que fue y ya no es. Dan Ortiz.