Aún llevo en mis labios el eco de ese último beso, ese suspiro convertido en promesa que dejamos flotando entre nosotros. Fue tan suave, tan lleno de ternura y, a la vez, tan triste…

Cerré los ojos, intentando guardar cada segundo, cada sensación, como si el tiempo se hubiera vuelto frágil entre tus manos y las mías. En ese beso estaba todo lo que no dijimos, todo lo que quisimos ser, cada latido, cada promesa no cumplida.
Quise creer que habría otro después de ese, otra risa compartida, otra tarde tomando café mientras el sol caía, y esa complicidad que nos unía como si el mundo se desvaneciera alrededor.
Sin embargo, ese beso tenía un dejo de adiós, un susurro de despedida que aún hoy se siente incompleto, como si en algún rincón del universo nuestros destinos estuvieran destinados a reencontrarse.
Y aquí estoy ahora, en medio de esta soledad que sabe a silencio, aferrándome a los recuerdos de esos buenos momentos, donde la felicidad se sentía tan real, tan nuestra. Son como estrellas distantes, brillando en la memoria, cada una de ellas un fragmento de lo que fuimos.
Me aferro a esos instantes, a esa manera en que tu risa llenaba la habitación, y la calidez de tus manos sosteniendo las mías, como si fueran a protegerme de cualquier tormenta.
Pero nada me pesa más que recordar ese último abrazo. Fue un refugio, un respiro en medio de todo lo que se desmoronaba. Me sostuviste, y por un instante, el mundo dejó de girar; en tus brazos hallé una paz que solo tú sabías darme.
En ese abrazo había palabras que no dijimos, promesas que no pudimos cumplir, y un amor que aún late, aunque ahora sea en el silencio. Me aferro a la esperanza de que algún día, en algún lugar, nos volvamos a encontrar, y que ese último abrazo no sea el final, sino apenas una pausa.
Hasta entonces, aquí sigo, soñando con el día en que pueda perderme otra vez en tus brazos, en esa paz que aún extraño y en ese amor que aún vive en cada rincón de mi ser.
2 de noviembre de 2024. Hoy me acordé de ella, del último beso que nos dimos, suave y triste, como si ambos supiéramos que algo se estaba terminando. Pero lo que más me pegó fue el abrazo… ese último abrazo que me hizo sentir en casa por un momento, como si todo estuviera bien, aunque por dentro ya nos estuviéramos despidiendo. No dije nada, solo lo escribí, porque a veces recordar también es una forma de sostener lo que ya no está.