En las noches silenciosas, cuando el viento susurra secretos que sólo la luna entiende, me encuentro pensando en ti, en la fortuna extraña y caprichosa que me regaló tu existencia.

Fuiste una estrella fugaz en un cielo inmenso, un rayo de luz que atravesó mi vida sin pedir permiso, iluminando rincones de mi ser que ni siquiera sabía que existían. Qué bendición más curiosa y cruel es haberte conocido, pues a pesar de que el tiempo nos haya separado, tu esencia se quedó, flotando en mi memoria, como un eco suave que nunca se apaga.
Hay algo profundamente bello en saber que nuestras almas se encontraron, aunque fuera por un breve instante. Fuiste una melodía perfecta en medio del ruido, una caricia al alma que dejó huellas imposibles de borrar. Y aunque el destino nos haya llevado por caminos distintos, la nostalgia de haberte tenido, aunque fuera un suspiro, es un recordatorio constante de que la vida, en su eterna danza de encuentros y despedidas, nos regala momentos tan valiosos que hacen que cada lágrima valga la pena.
Soy afortunado, sí, por haberte conocido, porque en un mundo donde todo es fugaz, tú fuiste el sueño que jamás quise despertar. Y aunque ya no estés, sigues siendo el recuerdo que ilumina la oscuridad de mis pensamientos.
Lo escribí el 29 de septiembre de 2024, en una noche serena donde la nostalgia me envolvía como un manto frío. Pensaba en lo efímero y en lo eterno, en lo que fue y aún duele, pero también en lo hermoso que fue sentirte. Había gratitud, tristeza y una calma extraña, como si mi alma quisiera hablar contigo a través del viento. Fue un suspiro largo convertido en palabras, una forma de decirte, sin decir, que aún vives en mí.