El viento siempre me ha traído tu recuerdo. En esos días en que el cielo se tiñe de gris y las sombras parecen más largas, cierro los ojos y puedo verte, como si el tiempo no hubiera arrancado tu imagen de mi memoria.

El viento solía acariciar tu rostro con una delicadeza que envidiaba, jugando con tu cabello, haciéndolo danzar al compás de susurros invisibles. Era un espectáculo que me dejaba sin aliento, como si la misma naturaleza se rindiera a tu belleza.
Recuerdo cómo la luz pálida del atardecer se reflejaba en tus ojos, mientras tus cabellos castaños se mecían en el aire, como si fueras una criatura etérea, demasiado perfecta para este mundo marchito. En esos momentos, el viento no era solo viento… era un aliado, un confidente de nuestros silencios, un testigo mudo de algo más profundo que cualquier palabra pudiera expresar.
Ahora, en las noches solitarias, cuando el viento se cuela entre las grietas de mi ventana, siento que todavía te busca, como yo lo hago en cada rincón de mi mente. Me pregunto si, allá donde estés, el viento sigue jugando con tu cabello, si aún te acaricia como lo hacía cuando estábamos juntos.
Es un recuerdo tan bello como doloroso. Porque, aunque el viento sigue soplando, tú ya no estás aquí. Y yo, atrapado en esta melancolía, solo tengo los ecos de lo que alguna vez fuimos, de lo que alguna vez fuiste.